04 diciembre 2005

Sobre el juicio a los etarratas


Extensa pero de necesaria lectura la carta de, digamos, F.

Madrid 28 de Noviembre de 2005

Saludos a todos

No os preocupéis, esta petición de auxilio no es porque me pase nada en particular, aunque sí que está sucediendo algo que me parece muy grave.

Como supongo que sabéis el pasado lunes se inició en Madrid el macrojuicio contra la "trama civil" de ETA, ese proceso, instruido por el juez Garzón, en el que se busca demostrar que los culpables del clima de terror y coacción que se vive desde hace años en el País Vasco, no son sólo quienes disparan a la nuca y ponen bombas, sino también quienes de forma absolutamente coordinada con ellos les alientan, les justifican, les informan, les financian, les dan cobertura política y mediática, etc, etc.

Creo que nadie en su sano juicio en este país, y en esto incluyo a los nacionalistas, puede creer que la prolongada ofensiva del terror etarra se ha sostenido durante todos estos años sin el apoyo real, efectivo y organizado de todo ese entramado "civil", "legal", o como queramos llamarlo.

Creo que nadie en sus cabales puede suponer que los batasunos no tienen más información sobre las acciones de ETA que lo que publican los periódicos, de igual modo que sólo a alguien realmente ingenuo se le ocurriría pensar que las organizaciones políticas de la izquierda abertzale actúan de manera independiente de ETA.

¿A qué vienen si no esas reiteradas llamadas por parte de los políticos "demócratas", muy especialmente de los del PNV, a que Batasuna se independice de ETA? La respuesta es evidente: a qué todos, absolutamente todos, sabemos que Batasuna y alrededores no es independiente de ETA, sino una parte subordinada suya. Y donde mejor saben esto, qué duda cabe, es en la propia Batasuna.

En fin, que no voy a perder más tiempo argumentando algo de lo que, moralmente, todos tenemos certeza. El caso es que ahora ha llegado el momento de la verdad, de la verdad jurídica, esa verdad que en un estado de derecho no debería contradecir la verdad moral, sino refrendarla. Es mucho lo que nos estamos jugando.

¿Cómo va a sustentarse la poca credibilidad que ya tiene la justicia si una vez más la vemos incapaz de demostrar lo que a todas luces es cierto? ¿Quién se atreverá a confiar en los tribunales si de nuevo estos fallan en su deber de hacer justicia castigando a los criminales? ¿Con qué autoridad lucharemos por una justicia universal, de la que ningún asesino, ningún genocida escape, si somos incapaces de perseguir a nuestros propios criminales?

Una sociedad con una justicia impotente, una sociedad sin fe en las instituciones democráticas de las que, después de mucha lucha, se ha dotado, es una sociedad con un pie en el fascismo, en cualquiera de sus variantes.

Por eso creo que estamos ante un proceso crucial, una oportunidad, y me temo que una de las últimas, para recuperar en toda su dimensión palabras como ley, justicia, libertad, e igualdad. Todo eso, y sinceramente creo que no exagero, se está decidiendo ahora mismo en unas dependencias de la Casa de Campo.

Yo he acudido allí -respondiendo a una petición que me llegó del foro de Ermua- tanto el lunes pasado, día de apertura de la vista oral, como hoy. Y lo que he visto no podría ser más desolador y más sintomático del momento en el que estamos.

En la sala suele haber, además de los 56 imputados, unas cuatro o cinco docenas de batasunos entre el público, amén de los diez abogados o más que les defienden. En el otro lado hay únicamente un fiscal, un abogado de la acusación popular, y un puñado de ciudadanos mostrando su apoyo al proceso y su fe en la justicia.

Hoy, la cifra de esos ciudadanos de bien que acuden como público, ascendía a la friolera de cinco personas: una vasca amenazada que se viene desde Bilbao para asistir al juicio, dos amas de casa madrileñas sin vinculación directa con el proceso, un jubilado que llevaba un sombrero en la cabeza y "La Razón" bajo el brazo, y el que esto os escribe.

Me ha parecido la más descarnada radiografía del triste momento que atravesamos: un montón de psicópatas encantados de haber colaborado en los más horribles crímenes, envalentonados al comprobar que enfrente solo tienen a las debilitadas instituciones de un estado agónico, a las que apoyan únicamente un par de infelices, una potencial víctima del próximo atentado, y un nostálgico del antiguo régimen (y que me perdone el señor del sombrero porque tal vez le esté juzgando demasiado rápido). Espero que no se me malinterprete si digo que el único hombre que había allí, me refiero a hombre en edad de merecer, era yo, y me temo que no tengo media bofetada.

Pero afortunadamente esto no es del todo cierto, allí había otro hombre, y éste de los de verdad, aunque no estaba entre el público. Me refiero al fiscal, Enrique Molina. Según me han informado fuentes de toda solvencia, este señor no eligió estar allí, sino que simplemente le ha tocado interpretar el papel de héroe en esta historia, como en realidad les ocurrió a todos los héroes que en el mundo han sido. Y es, también él, un héroe solitario.

La falta de medios y de apoyo con que cuenta es algo que no nos podríamos creer, y de hecho ha preparado y está llevando adelante la acusación prácticamente él solo. A pesar de ello, y contra todo pronóstico, está haciendo un magnífico trabajo, y hay muchas posibilidades de que consiga probar ante el tribunal las acusaciones que ha presentado, y que obtenga condenas para una buena parte de los encausados.

Todo ello, por supuesto, pagando el consabido precio de renunciar a su propia vida familiar, de vivir permanentemente escoltado, y permanente acosado por esos discípulos aventajados de Al Capone. Me han contado algo que creo que ilustra a la perfección la situación de este personaje.

Coincidiendo con la apertura de la vista oral la semana pasada, la hija del fiscal, de seis meses, contrajo una neumonía y fue hospitalizada. El señor Molina siguió acudiendo a la sala de día, demostrando allí con sus preguntas -que los acusados por supuesto no contestaban- que tenía pruebas de su pertenencia y colaboración activa con ETA. Después se iba al hospital y pasaba allí la noche junto a su hija, rodeado de papeles, preparando la vista del día siguiente. O sea, que Elliot Ness era un mierda comparado con este tipo.

No quiero olvidarme tampoco de la presidenta del tribunal, Ángela Murillo, que realmente esta demostrando estar a la altura de las circunstancias. La verdad es que hace falta tenerlos muy bien puestos (valga la expresión) para hacer callar a un acusado cuando éste, haciendo caso omiso de lo que le están preguntando, empieza con el consabido discurso victimista de los derechos del pueblo vasco y toda esa monserga.

Y esta señora lo hace, y lo hace frente a cien tipos que estarían encantados de asesinarla. Es como aquello que decía el personaje de Jack Nicholson en Algunos hombres buenos: "Yo desayuno a cincuenta metros de un centenar de cubanos entrenados para matarme"

Solo que en este caso va en serio, no está a cincuenta metros, sino a tres, y fuera de la sala, en algún lugar, hay bastantes más que disponen de las armas y del instinto criminal para hacerlo. Esta señora tiene lo que hay que tener y se le nota en la cara: se le nota el miedo que tiene ante esa jauría, y se le nota el valor que encuentra, no se sabe dónde, para vencerlo.

En fin, todo este rollo para llegar a donde quería llegar. Me parece lamentable que de una población de cuatro millones de madrileños solo cuatro, cuatro pringaos en realidad, hayamos acudido hoy para apoyar la acción de la justicia en un tema tan sangrante como éste.

Me parece increíble que no nos demos cuenta de que sí la victoria judicial es importante, la victoria moral y la mediática, es también vital. Ellos lo saben perfectamente, y de hecho han anunciado -junto con el nacionalismo "democrático"- que van a convertir este juicio en un escaparate internacional de la persecución que sufre el pueblo vasco por motivos políticos.

Tendríais que haberlos visto, mirándonos como a bichos raros, perdonándonos la vida (espero), riéndose de nosotros. Pero son unos cobardes, como no han dejado de demostrar en toda su historia, y apostaría lo que fuera a que si allí, en vez de los cuatro mindundis que éramos, hubiera no ya cuatrocientas, sino simplemente cuarenta personas, agacharían la cabeza y desaparecería toda su arrogancia.

Y por último me parece una vergüenza, un verdadero ultraje, que gentes como Daniel Portero, hijo del Fiscal Jefe del Tribunal Superior de Andalucía, asesinado por ETA en 2000, se enfrenten prácticamente solos a la euskomafia, cosa que sucedió el lunes pasado durante el inicio del juicio, mientras los demás hacemos tranquilamente nuestras vidas.

Sois mi familia, mis amigos, mis compañeros, y por eso me atrevo a enviaros este mensaje pidiendo vuestro apoyo. Sois, la verdad, de lo más variadito. Cubrís un espectro francamente amplio en lo que se refiere a ideas políticas y morales, a preferencias estéticas y sexuales, a gustos, orígenes, edades y tamaños, a maneras de entender la vida.

Pero os tengo, a todos sin excepción, por personas integras, y también por personas valientes. Por eso os pido que, si algún día durante los próximos seis meses encontráis un hueco en vuestras apretadas agendas, acudáis a la Casa de Campo, a eso de las 9:30 de la mañana, de lunes a miércoles, simplemente para hacer acto de presencia, y para demostrar así a todos que a los ciudadanos anónimos nos importa lo que allí está sucediendo.

También os invito, si queréis, a correr la voz entre quienes consideréis oportuno. Si os da pereza escribir, extraer lo que os parezca adecuado de este mensaje, o reenviarlo tal cual, aprovechando que aún no me hecho con el copyright.

Por último, no quiero terminar este larguísimo panfleto sin contar algo que me ha parecido divertido. Hoy, cuando se ha interrumpido la vista para comer, hemos salido a la calle los cuatro pringaos ya referidos, y por aquello de no compartir mesa y mantel con la alegre muchachada abertzale, nos hemos dirigido a un lugar seguro donde reponer nuestra fuerzas.

A menos de cien metros de allí, en otro pabellón del recinto ferial, se estaba celebrando uno de esos rastrillos benéficos que parecen sacados de una novela de Galdós, o de las páginas del Hola, tanto da en este caso. Antes de entrar nos hemos cruzado nada menos que con la infanta Elena, escoltada por otra señora y un único guardaespaldas. Salían como si tal cosa, absolutamente ignorantes de que esa muchedumbre que divisaban unos metros más allá estaba formada por lo mas granado de sus súbditos vascongados.

Yo ya me imaginaba la escena: habría un primer grito, con el que uno de aquellos simpáticos chicarrones, señalando con el dedo, advertiría a la manada de la presencia de tan inesperada y golosa presa. Seguirían unos segundos de confusión, seguidos del más estruendoso jolgorio entre la soldadesca abertzale.

La infanta, no sé por qué digo esto, malinterpretaría este alboroto y seguiría caminando hacia la boca del lobo pensando que esa algarabía no era sino la espontánea expresión del fervor popular por la familia real.

Para cuando se diera cuenta de su error sería tarde. A la dama de compañía le daría un soponcio, el guardaespaldas rogaría al cielo que aquello fuera una nueva edición de "Inocente, Inocente", y la infanta, la pobre infanta... Dios mío, aquello iba a ser como caer con la camiseta del Barça en el fondo sur del Santiago Bernabeu.

Pero nada de eso sucedió. La infanta y su sequito giraron a medio camino y nadie, excepto nosotros, fue consciente del increíble numerito que estuvo a punto de producirse. Dentro del rastrillo, para qué contaros. Pasar de estar inmersos en el entorno borroka a, de pronto, navegar entre un mar de mechas rubias, arrugas sepultadas bajo centímetros de maquillaje, abrigos de piel a mansalva, y perfumes asfixiantes fue, lo juro, muy duro.

Todo ello además en un decorado de tabernas andaluzas de cartón piedra, con cantores incluidos, y decenas de retratos de Urbano Galindo colgando por las paredes. ¿No habrá un termino medio entre estar callado y tocar la trompeta? ¿Será esto a lo que se refieren con "La España Plural"?

Gracias y perdonad por una carta tan larga. Como decía Pascal, no tuve tiempo de escribir una más corta.

F.

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